Buenos Aires, 27/04/2024, edición Nº 3821
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El Río de la Plata: Se mira y no se toca

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Alguna vez, el agua llegó hasta el borde de la Casa de Gobierno. Después, hasta Paseo Colón. Los rellenos sucesivos, el puerto, las concesiones a privados fueron alejando cada vez más el río hasta convertirlo en una orilla inaccesible.

 

Uno puede vivir en la Ciudad de Bue­nos Aires y pasar sema­nas sin ver el río, escon­dido detrás del puerto y avenidas cargadas de tránsito. Sin embargo, esto no fue siempre así. Las fotografías muestran cla­ramente que hace un siglo y me­dio el río llegaba hasta detrás de la Casa de Gobierno. Allí construyó el inglés Edward Taylor la Aduana Nueva (en 1857) en donde ahora funciona el Museo del Bicentena­rio. Hasta la década de 1880, la lí­nea de la costa se prolongaba más o menos al pie de la barranca na­tural, siguiendo la línea de lo que hoy es Paseo Colón, hacia el Sur y Leandro N. Alem, hacia el Norte. La lejanía del agua no es natural. “No nos olvidemos que el río está alejado unos 500 metros de la cos­ta original, que se ha ido rellenan­do para usos que no son públicos. Si bien Buenos Aires tiene una pla­ya de barro, no se ha podido ge­nerar una relación de paseo o dis­frute con el río” opina Jaime Sorin, arquitecto y ex decano de la Facul­tad de Arquitectura de la UBA. Los sucesivos gobiernos colaboraron a esta situación alejando el río pro­gresivamente con la construcción de nuevas capas de edificios y es­tructuras entre la trama urbana y el agua. Así, la ciudad ha ganado nada menos que 2.500 hectáreas de tierra. La obra que marcó la tendencia fue el puerto de Eduar­do Madero, que para aplicar el sis­tema de diques encadenados ne­cesitó construir una isla artificial. Después se ha continuado con la estrategia del relleno a lo largo de toda la costa porteña, sin un plan integral. Como intento de ordenar esta situación, en 1996 se creó el Área de Gestión de la Ribera, que se ocupaba de hacer un manejo in­tegral de todos los aspectos de la costa porteña. El arquitecto Eze­quiel Martínez, que fue su coordi­nador hasta 2004, recuerda: “Hici­mos una serie de obras: el Parque de los Niños, el Parque de la Me­moria, el Parque Natural, que aho­ra es la reserva de Ciudad Univer­sitaria. Queríamos recuperar 150 hectáreas de espacios públicos ri­bereños y llegamos a 90 en diez años. Existía una política pública de manejo de la costa”. El área se cerró en 2010 por decreto del Eje­cutivo porteño y desde entonces no hay una dependencia específi­ca que se ocupe de gestionarla.

Vivir y pescar en la orilla

Llegar al río nunca quiere decir meterse en él. Bañarse está prohibi­do desde fines de los años 70 por la contaminación, a pesar de que los días de mucho calor se puede ver a chicos y grandes en el agua. Sin embargo, durante el verano, hay bastante actividad en la costa. Fren­te al complejo Tierra Santa, en Cos­tanera Norte, se interna en el río un espigón semicircular hecho espe­cialmente para los pescadores. So­bre la avenida se ve un puesto que una vez fue provisorio y parece ha­ber quedado de manera definitiva. Sobre unas tablas montadas en ca­balletes, Ernesto ofrece carnada, cañas, tanza y todo lo que necesi­ta el pescador. Junto al cordón, una casa rodante que ya casi no tiene neumáticos y un carromato son su vivienda. Desde hace dos años que vive acá con su mujer, y dice que le va bien. Unos metros más allá, en medio de la vereda, hay instala­da una carpa, entre unos asientos de cemento que le hacen de living. Asomándose sobre la baranda, se puede ver entre los pilotes del mue­lle que tres chicos se meten en el río en un gomón. “Viven acá”, dice un señor, mozo de un restaurante cer­cano que se fuma un cigarrillo en un minuto de descanso. “Se que­dan unos días y después se van. Es­tán en la carpa de vacaciones”.

La mayoría de los visitantes se dedica a la pesca. Muchos de los pescadores eligen la Costane­ra Norte, frente al Aeroparque. Hay muelles y pasarelas construidos es­pecialmente para tal fin, y los hom­bres pacientes dedican horas, de día y de noche, a mirar la boya y con­trolar la tensión de la línea. De vez en cuando, sale algo. Ahora están más cómodos, porque se han colo­cado asientos de material para los pescadores, similares a las banque­tas en la barra de un bar, y sopor­tes para las cañas. De más está decir que consumir cualquier pez extraído de esas aguas es peligroso. Sin em­bargo, Jorge afirma casi con orgu­llo que todo lo que pesca es “para la sartén”. En el río viven muchas es­pecies típicas del Paraná y el Uru­guay: bagres de distintas especies, sábalos, dorados, bogas, dientudos y mojarras. El patí es bastante co­mún, pero el surubí es muy raro, lo mismo las palometas o pirañas, que son de aguas más cálidas. También abundan las llamadas “viejas del agua” y los armados. Los peces de mar que ingresan en el río, como las corvinas rubias y las lisas, comunes a la altura de Montevideo, es raro que lleguen hasta la ciudad.

La contaminación no se pue­de tomar a la ligera. “En el río des­aguan todos los afluentes de la cuenca del Plata. En el área me­tropolitana, el río Luján, el Recon­quista, los arroyos entubados y la cuenca Matanza-Riachuelo. Mu­chos municipios no tienen cloacas, así que todo va al curso de agua y al río”, señala Ana Carolina Herre­ro, bióloga y responsable de la ca­rrera de Ecología de la Universidad de General Sarmiento. Explica que los contaminantes se dividen en efluentes industriales y domésticos (cloacas y desagües de piletas).

“Los principales contaminan­tes son hidrocarburos, detergentes, metales pesados y materia orgáni­ca. Si el agua entra en contacto con la piel, el principal riesgo son en­fermedades bacteriales de origen dérmico y contaminación por bac­terias, como la Escherichia Coli. En el caso de comer peces u otros ani­males, el riesgo es la contaminación con plomo, zinc, cromo, arsénico y otros metales pesados, que se acu­mulan en los músculos de los ani­males, y pasan al hombre. Esos me­tales no se metabolizan, sino que quedan en el organismo y son muy tóxicos”, explica la especialista.

Cargas y naufragios

Además de los bañistas des­cuidados, los otros que se aden­tran en el Plata son los navegan­tes a vela. Los días lindos, desde la costa es común ver las embarcacio­nes. Este deporte mantiene su per­fil aristocrático por el precio de las embarcaciones y las limitaciones que imponen los clubes. Un tanto escondida en el extremo sur de la Dársena Norte está la sede del tra­dicional Yatch Club Argentino. A veces uno se la encuentra detrás de la Reserva Ecológica, entrando por Viamonte, o bien si va a Buquebús. Dentro del edificio estilo art déco, construido en 1914 por Le Monnier, funciona un hermoso restaurante, al que pueden asistir sólo los socios y sus invitados. El club continúa or­ganizando la mayoría de las activi­dades de navegación deportiva del país. Más al norte, en Núñez, se ubica el amarradero del Club Uni­versitario de Buenos Aires (CUBA) una institución que sigue sin admi­tir socias mujeres.

Los timoneles que se internan en el río deben tener cuidado al navegar. El río es poco profundo y hay muchas embarcaciones hun­didas y encalladas en bancos de arena. Las cartas náuticas marcan con precisión las embarcaciones hundidas, que, en algunos casos, están señaladas con boyas. El Ser­vicio de Hidrografía Naval publica las cartas oficiales, que se pueden descargar de internet.

 

Los barcos grandes entran en el puerto por dos canales que se dra­gan constantemente, el sur y el nor­te. Río adentro se puede tomar el canal Mitre, que conduce a los bar­cos que navegan el río Paraná. Has­ta 1876, cuando el ingeniero Luis Huergo construyó el primer puer­to en el Riachuelo, los barcos fon­deaban cientos de metros río aden­tro y había que transportar a los pasajeros y la carga en barcazas y carretas. En 1887 se inició la cons­trucción del Puerto Madero, que terminó en 1898. Pronto quedó ob­soleto y en 1911 empezó la cons­trucción del Puerto Nuevo, en Reti­ro. Se terminó en 1925.

Reservas “naturales”

Durante la dictadura, frente a Costanera Sur, se hicieron rellenos para un proyecto que andaba dan­do vueltas por los tableros estatales desde los años 60: la construcción de una ciudad administrativa. Uti­lizaron los escombros producto de las demoliciones para hacer las au­topistas. Las grandes inundaciones de 1982 y 1983 aportaron plantas y animales que llegaron desde el lito­ral en camalote. Así se creó un eco­sistema único y un soberbio espa­cio natural a minutos del Obelisco. La Reserva Costanera Sur tiene una superficie de 353 hectáreas.

Durante años, un proceso pare­cido de acumulación de sedimentos se dio detrás de la Ciudad Universi­taria. En 2011 se creó en la Reser­va Ecológica Costanera Norte, que está entre la desembocadura del arroyo Vega, la costa del Río de la Plata, el arroyo White y el Club Uni­versitario Buenos Aires (CUBA). Tie­ne 18 hectáreas.

Parques costeros

A lo largo de la Costanera Nor­te hay tres parques inaugurados en los últimos años, como un intento de recuperar la costa para el uso público. El último predio antes de pasar a la provincia es el Parque de los Niños. Allí han instalado Buenos Aires Playa, reposeras y sombrillas amarillo PRO que se ve extraño, jus­tamente porque en un lugar donde hay agua no está permitido bañar­se. Dos de las 32 hectáreas del par­que fueron rezonificadas en 2013 para instalar una planta de trata­miento de residuos.

Del otro lado de la Ciudad Uni­versitaria está el Parque de la Me­moria, en honor de las víctimas del terrorismo de Estado. Contiene un gigantesco monumento, una este­la de piedra donde están inscriptos los nombres de fusilados y desapa­recidos, y grandes esculturas. El ter­cer parque es el de deportes extre­mos, que se inauguró en Costanera y La Pampa, con rampas y pistas de skate, longboard, BMX y escalada.

Deportes extremos, pesca, gas­tronomía, memoria, comercio, re­serva natural, la costa del río ofrece un collage de diferentes usos, nin­guno accesible fácilmente, y en po­cos casos gratuitos. La franja frente al río sigue siendo una zona margi­nal y de paso que no está integrada a la ciudad.

La fiesta de las concesiones

Entre fines de los años 80 y principios de los 90, la Costanera Norte tomó la fiso­nomía actual con la concesión de varios terrenos costeros. En 1989 se inauguró Punta Ca­rrasco. El mismo año, también pasaron a ser gestionados por privados los terrenos donde están Pizza Banana y Pachá. En 1991 se inauguró, Costa Salguero y el sindicato de Em­pleados de Comercio adquirió los terrenos de Parque Norte. Años después, destinaría una parte del terreno al parque de temática religiosa Tierra Santa. Muchos de estas empresas están en in­fracción. No se cumple el artículo 8 de la Constitución de la Ciudad, que dice que “los espacios que forman parte del contorno ribereño de la Ciudad son públicos y de libre acceso y circulación”, así como no se cumplía una ordenanza promulgada del Concejo Deliberante, la 46.777, de 1994, que establece la creación de una Rambla Costanera Norte. “En 1996 se formó la Comi­sión 225, dentro del Área de Gestión de la Ribera, que se encargó de revisar las concesiones. Así, por ejemplo, se revocó la de Sky Ranch y se demolieron 11 carritos”, recuerda Ezequiel Martínez, pero ese proceso se detuvo y el área de gestión se cerró.

En 2008 el legislador Facundo Di Filippo denun­ció a Costa Salguero y Punta Carrasco por no respetar el acceso al río ni el código de edificación. “Nosotros defendemos el derecho a que quien quiera pueda dis­frutar de la costa. En Costa Salguero y Punta Carras­co no se respeta el camino de sirga” señala Di Filippo. Recientemente los legisladores Gustavo Vera y Pablo Bergel presentaron junto con el mismo Di Filippo una nueva denuncia en la que acusan al gobierno por darle condiciones demasiado ventajosas a los concesionarios de toda la Ciudad, entre ellos, varios de terrenos en la Costanera Norte. Telemetrix SA, que gestiona Costa Salguero, está señalada por pagar 112.000 pesos men­suales de alquiler y cobrar más de un millón por las 23 subcontrataciones. En el caso de Punta Carrasco, ya en 1999 la Procuración de la Ciudad aconsejó dar de baja la concesión, pero fue renovada en 2001, 2007 y 2008. En ambos casos se ha construido más de lo que permite la zonificación que tienen en el Código de Planeamien­to Urbano, como Urbanización Parque. También caen dentro de esta denuncia por cánones muy bajo o nulos la disco Pachá, los restaurantes Pizza Banana, El Padri­no, Rodizio y el boliche Tequila.

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